LA GUARDIA
Por Joaquin Verdeguer
Navegar de noche tiene sus
momentos de disfrute, pero hacer guardias no es algo que personalmente me
apasione en exceso. La noche tiene su magia, algunos momentos son muy intensos,
como cuando el placton se ilumina por el vórtice en la estela del barco en
incandescentes verdeazulados. O cuando la nítida cúpula celeste te permite ver
el firmamento plagado de estrellas sintiendo que casi puedes tocarlas con la
yema de los dedos, su vía láctea, las boreales, incluso se puede oír el
universo.
Llevábamos seis días de
navegación sin divisar nada que distorsionara el horizonte, la travesía estaba
siendo muy placentera con 18 nudos de aleta. La noche era sosegada y el viento
había caído a 12 nudos. Me dispuse a hacer mi guardia de las tres de la
madrugada, cambio de pulseras y de chaleco. Una vez acomodado en la bañera
siento como el cansancio hace mella en mi cuerpo, trato de despejarme pero el
calor no ayuda y menos el suave meceo del barco, me levanto y ando por la
cubierta, intento distraerme viendo la pantalla del radar, calculando
distancias con el ploter, pero de poco sirve. El calor es húmedo y mi cuerpo no
para de sudar, sudar, su......
Habíamos dejado atrás las islas Cocos
y si la navegación seguía con buen rumbo llegaríamos a la isla de Wasini en un
par de días. El amanecer fue brumoso y pensamos que despejaría nada mas el sol
ganase altura, unas horas después el horizonte se hizo rojizo, como si se
tratara de un incendio, pero un incendio en medio del mar es extraño por no
decir imposible, así que pensé que se trataba de esas típicas tormentas de
arena que vemos frecuentemente en la televisión, recuerdo una de esas tormentas
en Australia. Totalmente inmerso en aquella extraña tormenta note que no había
arena en el aire que nos rodeaba, era más bien un gas irritante y sulfuroso.
La verdad es que me asuste, pues
pensé que se podía tratar de algún efecto volcánico o el nacimiento de una isla
o algo por el estilo debido a la latitud. O quizás uno de esos experimentos que
realizan los gobiernos, como lo de las pruebas nucleares de Francia en la
polinesia….Si tuvimos miedo, mucho miedo, pensamos que nuestros cuerpos estaban
siendo sometidos a una radiación extraña.
Mire en el plotter la situación
exacta. 41º 43´ 55” E. 5º 07´ 45”
S. Estábamos a pocas millas de la
isla grande. Tuve dudas de si alejarnos de la isla y de sus costas por evitar
posibles embarrancadas o de si tratar de llegar a puerto lo antes posible y
preguntar a las gentes de la isla, pues igual se trataba de algún efecto
meteorológico típico de la zona y pecábamos de ignorantes. Optamos por lo
segundo con mucho sigilo y a la velocidad de tres nudos nos acercamos a la isla y al lugar en
el que el plotter indicaba que allí se encontraba el malecón. Apenas a media
milla de la costa se fue disipando aquella dudosa neblina, una enorme sonrisa
quedo grabada en nuestros rostros, Jane cantaba de alegría, habíamos pasado
tanto miedo. Rápidamente colocamos las defensas y una buena maroma, preparados para
saltar a la pequeña plataforma de maderos que configuraba el malecón del
puerto, con el propósito de hacer firme nuestra embarcación. Cerca en la playa,
había unas mujeres limpiando pescado, posiblemente fruto de un buen día de
pesca, otros hombres hablaban junto a un carrito de cocos sin pelar. Al primer
golpe de vista no note nada extraño pero unos minutos después cuando ya
habíamos terminado de estibar la cubierta y cerrada la cremallera de la funda
de la mayor note algo inusual, un hombre se nos acercaba andando sobre
sus brazos. Pensé que aquel hombre venia a pedirnos alguna limosna debido a su
desgracia, pero observe que en el lugar de brazos tenia piernas y en lugar de
piernas brazos. Quede horrorizado ante tal mutilamiento, pero como el hombre
parecía tener buenas intenciones solo espere a que se acercara y tratar de
escucharle. Le sonreí con cortesía, el hombre dio unos relinches enseñándome un
collar de caracolas que le compre, no podía creer lo que estaba sucediendo,
pensando que me estaba tomando el pelo. Hice un gesto tratando de llamar a las
mujeres que estaban en la playa a unas pocas decenas de metros, limpiando el
pescado, pero me percate en el momento que estaban limpiando el pescado con los
pies, bueno…. con las manos, que eran pies. Me sonrieron relinchando. Me gire
mirando a Jane, pensando que igual yo no
era consciente de la gravedad, pero ella estaba igual de anonadada, tratando de
volver atrás sobre sus pasos, buscando la protección del barco. Aquellas gentes
no parecían agresivas ni con malas intenciones, así que seguimos hacia adelante
tratando de llegar al poblado.
Por el camino tropecé con una
enorme tortuga que empezó a ladrarme y a perseguirme moviendo el rabito. Yo no
daba crédito, Jane me cogió de la mano y seguimos adelante. Al llegar a la
cuidad los perros cacareaban, las gallinas piaban, los cerdos aullaban, un caos
del más puro efecto “Isla del doctor Moreau”. Tratamos de comunicarnos con
aquellos seres pero su extraño lenguaje no nos permitió entendernos, así que
hábilmente cogí mi libreta y dibujando conseguimos comunicarnos. Habían nacido
de aquella manera debido a unas pruebas nucleares al parecer por americanos y franceses
muchos años atrás, una sensación de culpa nos invadió, no sé bien porque, ¿por
provenir de una sociedad que abusa de otras sociedades, llamadas del tercer
mundo? No quisimos permanecer más tiempo en la isla por miedo a la radiación.
Nos fuimos alejando de la isla,
con dolor por aquella pobre gente, atravesamos de nuevo aquella nube rojiza y
volvimos a saborear la libertad del mar abierto y la frescura del viento.
Tratamos de olvidar lo vivido y pronto, los deleites de nuestra travesía nos
ofreció tan buenos momentos que rápidamente olvidamos aquel duro periplo. Un par
de años después ya en tierra, en una cena con amigos en un restaurante de
Valencia, surgió el tema y conté la historia vivida, ellos se reían de mí, por
mi imaginación y me pidieron las coordenadas, ya que Alfredo había traído su
tableta y tenía la cartografía de la zona. Le di el posicionamiento, pero
curiosamente allí no había ninguna isla, me llamaron mentiroso, embustero, y se
reían, como se reían de mí. Me jure a mi mismo no volver a contar aquella
historia a nadie más en mi vida.
Un par de meses después, todavía
molesto, volví al barco, recordaba que había dejado aquel collar en mi caja de
herramientas, quería buscarlo como prueba, pues pensé que igual era cierto que
aquello nunca había pasado y que solo era fruto de mi imaginación. Cuando
llegue al barco abrí la caja de herramientas ¡y vaya sorpresa! ¡Todas las
herramientas eran de oro!. Entonces solté una tremenda carcajada, si, no lo iba
a contar a nadie ¡Nunca más!.
-
Joaquin !!
he babe !! babe !! Notaba un zarandeo, abrí los ojos.
-
Que pasa !! Pregunte desubicado, incorporándome
-
La guardia ! te has quedado dormido !
Mire a mi alrededor tratando de recordar y de
reojo vi la caja de herramientas medio oxidada y con restos de pintura. Fui a
por ella, la abrí con ánimo. Efectivamente todo había sido un sueño. FIN