domingo, 30 de julio de 2017


                               ODA ELENICA.

                                                                                                                        Por Joaquin Verdeguer


Picasso dijo una vez que solo había dos tipos de mujeres. Las que friegan los suelos y las diosas. No me gusta nada esta expresión tan calificativa y despótica porque el destino no siempre lo eliges tú. Puede haber circunstancias en que las diosas por ciertos motivos frieguen los suelos.

Así conocí a Arthea. Saliendo de la habitación de aquella pensión, ella en medio del pasillo fregando el suelo ya reluciente. Yo me hice a un lado para no molestar diciendo “Kalimera”. Ella alzo la mirada como dejando pasar, la poca luz que entraba por el hueco de la escalera ilumino su rostro. Fue en aquel momento cuando recibí un disparo, un disparo que me recorrió todo el cuerpo electrocutándome del cogote a la punta de los pies. Era el azul del mar egeo, eran las cúpulas de Thira, el paisaje más hermoso de Grecia estaba comprimido en sus bellos ojos. Me quede paralizado mirando sus dos esferas que reflejaban la luz del Olimpo y supe que era ella.

              Me estremecí viendo su sonrisa cuando me pregunto – Italiani ?.

-         No, español. - Le pregunte si era familia de los dueños (en Grecia todo queda en familia) me contesto que era hija, estudiaba en Atenas pero estaba de vacaciones ayudando a la familia.

Olía a lavanda, a brisa, a olivo, a mar, a primavera, a mediterráneo. Era la esencia de Grecia con sus rizos insumisos, incontrolados, dominados por el Meltemi. Me enamore hasta la medula ida y vuelta, y supe hasta el más profundo hades que yo también habría sacrificado Troya por una mujer así.  Seguí bajando las escaleras pues los aviones no esperan. Derrotado por Cronos que quiso que la viera en el último minuto de mis vacaciones, pero más sabio porque sé que algunas diosas del Olimpo se disfrazan de fregoneras.