miércoles, 19 de febrero de 2014

EL NIÑO DELFIN



                                                                                             cuento de Joaquin Verdeguer


Era una mañana muy placentera. Habíamos llegado la noche anterior a la isla Salina en las Eólicas, un lugar llamado Punta Brigantino. Preparamos el fondeo y tiramos el ancla, el agua era  tan cristalina que permitía ver el fondo de roca de múltiples colores. Un fondo extraño pese a ser lava fraguada  de millones de años.
Terminamos de desayunar cuando el sol despuntaba a estribor de la isla Stromboli.  Apenas era  perceptible el penacho de humo del que tanto se comenta, ya que al parecer sigue activo.

 
 Alzamos el fondeo con la intención de acercarnos al estrecho de Mesina. Al pasar por la isla de Lipari, vimos unos delfines que se acercaban por la aleta de babor. Los delfines siempre causan una alegría inusual. Dicen que es el mamífero, después del hombre, más inteligente. Nos agradaba verlos saltar y jugar, cruzando el barco de babor a estribor, de proa a popa.
  
  

 
En uno de esos saltos acrobáticos, uno de los delfines cayó en nuestra bañera. Nos quedamos estupefactos, trate de empujarlo hacia  fuera para que volviera al mar. Pero sentí que me cogían de la mano, descubriendo una intensa sensación de calor.  Estaba atónito, pues sabía que Jane mi esposa había ido al camarote de proa a por la cámara fotográfica. El delfín se estaba convirtiendo  en un niño, empapado y desnudo.
Se me quedo mirando y no pude apartar la mirada de sus redondos ojos negros, o eran azules ?.
-          Te vas a quedar ahí mucho rato, con esa cara de tonto ?- me dijo en perfecto castellano.
-          No podía creer lo que estaba pasando, me gire para ver si Jane veía lo mismo que yo.
Y si, ahí estaba, petrificada, sin habla.
-          He tu !. Que tengo frio!- Me dijo, a mi me costó reaccionar, pero logre alcanzarle mi bata de baño que Jane me había regalado un par de años atrás y que apreciaba en locura.
-          De donde has salido?- le pregunte.
-          Como que de donde he salido !. Si yo siempre he estado aquí !.- Me contesto ofendido y descaradamente.
-          Bueno y como te llamas ?- le pregunte, por entablar un poco de conversación y calmar los nervios.
-          Delfín !. Como me voy a llamar ?. Tu eres un poco tonto, no ?.
-          Yo no sabía que decir, ni que hacer. Pensé que el niño tenía razón, que era un poco tonto.
-          Oye!. Y esto para que sirve?.- Me pregunto levantando del piano el stoper de la Driza de la Mayor.- No me dio tiempo a reaccionar, cuando la vela mayor se vino abajo.- No sabía si explicarle para que servía, o si reñirle por la bandada que dio el velero por la arriada.
-          Y este cabito que es?. Dijo tirando de él. – No me salió la palabra y vi como la auxiliar caía al agua.  Al soltar la mordaza de la polea, en el pescante.
-          Huy!. Y esto!- Dijo al tirar de la anilla del chaleco salvavidas, colgado de la bitácora.- Jane y yo no nos lo podíamos creer. El chaleco se inflo como un globo con un ligero ffssssss.  Estuve a punto de abalanzarme sobre él y cogerlo entre mis brazos para inmovilizarle. Pero Jane me contuvo cogiéndome del brazo. A mí, se me estaban  incendiando los ojos de ira, cuando Jane dijo.
-          Porque no jugamos a un juego?.
-          Si, si,- Grito - Un juego!, un juego!- Jane y yo nos miramos pensando y ahora que hacemos ?. Jane fue más rápida y le dijo:
-          Vamos a jugar a baldear la cubierta.
-          Si !, si!, baldear!, baldear!.
-          Jane y yo, cogimos un par de cubos y unos cepillos, le dimos un cubo y un cepillo y le enseñamos como se hacía. El, cogió el cepillo y empezó a hacer el caballito, nosotros como si no lo viéramos. Con el cubo mojábamos la cubierta y fregábamos frotando con energía el cepillo. Cuando de pronto note una sensación húmeda y fría, al recibir un cubo de agua. Me gire pensando en estrangularle,  pero parecía que había desaparecido, su carcajada se hizo sentir desde lo alto de la botavara, al alzar la mirada, otro cubo de agua me impactó.
Me quede vencido, preguntándome porque esto me pasaba  a mí. Donde estaba el error?.
Como decidí no  hacerle caso, empezó a subir y a bajar el ancla con el molinete. Pulsador arriba, pulsador abajo. Así estuvo el resto del día.
Al anochecer, se acerco a mí,  cogiéndome de la mano. Rápidamente sentí su calor, un calor suave, un calor de paz.
-          La mar es para los peces, y los marinos intrépidos.- Me dijo. Se acerco al balcón de popa y salto. Yo corrí a recatarlo, cogí el aro salvavidas y vi que el niño no estaba. Entonces vi la aleta, salto dando dos piruetas, cruzo el barco dos veces y se fue.

Me quede mirando la nada o quizás el horizonte, la mar estaba calma y ya el sol ofrecía los colores del ocaso.

Han pasado algunos años, desde aquel día. Pero aún percibo su calor entre mis manos.
 
 
 
FIN