domingo, 10 de junio de 2018


          LA GUARDIA

                                                                                                       Por Joaquin Verdeguer

Navegar de noche tiene sus momentos de disfrute, pero hacer guardias no es algo que personalmente me apasione en exceso. La noche tiene su magia, algunos momentos son muy intensos, como cuando el placton se ilumina por el vórtice en la estela del barco en incandescentes verdeazulados. O cuando la nítida cúpula celeste te permite ver el firmamento plagado de estrellas sintiendo que casi puedes tocarlas con la yema de los dedos, su vía láctea, las boreales, incluso se puede oír el universo.

Llevábamos seis días de navegación sin divisar nada que distorsionara el horizonte, la travesía estaba siendo muy placentera con 18 nudos de aleta. La noche era sosegada y el viento había caído a 12 nudos. Me dispuse a hacer mi guardia de las tres de la madrugada, cambio de pulseras y de chaleco. Una vez acomodado en la bañera siento como el cansancio hace mella en mi cuerpo, trato de despejarme pero el calor no ayuda y menos el suave meceo del barco, me levanto y ando por la cubierta, intento distraerme viendo la pantalla del radar, calculando distancias con el ploter, pero de poco sirve. El calor es húmedo y mi cuerpo no para de sudar, sudar, su......

Habíamos dejado atrás las islas Cocos y si la navegación seguía con buen rumbo llegaríamos a la isla de Wasini en un par de días. El amanecer fue brumoso y pensamos que despejaría nada mas el sol ganase altura, unas horas después el horizonte se hizo rojizo, como si se tratara de un incendio, pero un incendio en medio del mar es extraño por no decir imposible, así que pensé que se trataba de esas típicas tormentas de arena que vemos frecuentemente en la televisión, recuerdo una de esas tormentas en Australia. Totalmente inmerso en aquella extraña tormenta note que no había arena en el aire que nos rodeaba, era más bien un gas irritante y sulfuroso.


La verdad es que me asuste, pues pensé que se podía tratar de algún efecto volcánico o el nacimiento de una isla o algo por el estilo debido a la latitud. O quizás uno de esos experimentos que realizan los gobiernos, como lo de las pruebas nucleares de Francia en la polinesia….Si tuvimos miedo, mucho miedo, pensamos que nuestros cuerpos estaban siendo sometidos a una radiación extraña.


Mire en el plotter la situación exacta.  41º  43´ 55”  E.    07´ 45”  S.  Estábamos a pocas millas de la isla grande. Tuve dudas de si alejarnos de la isla y de sus costas por evitar posibles embarrancadas o de si tratar de llegar a puerto lo antes posible y preguntar a las gentes de la isla, pues igual se trataba de algún efecto meteorológico típico de la zona y pecábamos de ignorantes. Optamos por lo segundo con mucho sigilo y a la velocidad de tres nudos nos acercamos a la isla y al lugar en el que el plotter indicaba que allí se encontraba el malecón. Apenas a media milla de la costa se fue disipando aquella dudosa neblina, una enorme sonrisa quedo grabada en nuestros rostros, Jane cantaba de alegría, habíamos pasado tanto miedo. Rápidamente colocamos las defensas y una buena maroma, preparados para saltar a la pequeña plataforma de maderos que configuraba el malecón del puerto, con el propósito de hacer firme nuestra embarcación. Cerca en la playa, había unas mujeres limpiando pescado, posiblemente fruto de un buen día de pesca, otros hombres hablaban junto a un carrito de cocos sin pelar. Al primer golpe de vista no note nada extraño pero unos minutos después cuando ya habíamos terminado de estibar la cubierta y cerrada la cremallera de la funda de la mayor note algo inusual, un hombre se nos acercaba andando sobre sus brazos. Pensé que aquel hombre venia a pedirnos alguna limosna debido a su desgracia, pero observe que en el lugar de brazos tenia piernas y en lugar de piernas brazos. Quede horrorizado ante tal mutilamiento, pero como el hombre parecía tener buenas intenciones solo espere a que se acercara y tratar de escucharle. Le sonreí con cortesía, el hombre dio unos relinches enseñándome un collar de caracolas que le compre, no podía creer lo que estaba sucediendo, pensando que me estaba tomando el pelo. Hice un gesto tratando de llamar a las mujeres que estaban en la playa a unas pocas decenas de metros, limpiando el pescado, pero me percate en el momento que estaban limpiando el pescado con los pies, bueno…. con las manos, que eran pies. Me sonrieron relinchando. Me gire mirando  a Jane, pensando que igual yo no era consciente de la gravedad, pero ella estaba igual de anonadada, tratando de volver atrás sobre sus pasos, buscando la protección del barco. Aquellas gentes no parecían agresivas ni con malas intenciones, así que seguimos hacia adelante tratando de llegar al poblado.

Por el camino tropecé con una enorme tortuga que empezó a ladrarme y a perseguirme moviendo el rabito. Yo no daba crédito, Jane me cogió de la mano y seguimos adelante. Al llegar a la cuidad los perros cacareaban, las gallinas piaban, los cerdos aullaban, un caos del más puro efecto “Isla del doctor Moreau”. Tratamos de comunicarnos con aquellos seres pero su extraño lenguaje no nos permitió entendernos, así que hábilmente cogí mi libreta y dibujando conseguimos comunicarnos. Habían nacido de aquella manera debido a unas pruebas nucleares al parecer por americanos y franceses muchos años atrás, una sensación de culpa nos invadió, no sé bien porque, ¿por provenir de una sociedad que abusa de otras sociedades, llamadas del tercer mundo? No quisimos permanecer más tiempo en la isla por miedo a la radiación.

 Nos fuimos alejando de la isla, con dolor por aquella pobre gente, atravesamos de nuevo aquella nube rojiza y volvimos a saborear la libertad del mar abierto y la frescura del viento. Tratamos de olvidar lo vivido y pronto, los deleites de nuestra travesía nos ofreció tan buenos momentos que rápidamente olvidamos aquel duro periplo. Un par de años después ya en tierra, en una cena con amigos en un restaurante de Valencia, surgió el tema y conté la historia vivida, ellos se reían de mí, por mi imaginación y me pidieron las coordenadas, ya que Alfredo había traído su tableta y tenía la cartografía de la zona. Le di el posicionamiento, pero curiosamente allí no había ninguna isla, me llamaron mentiroso, embustero, y se reían, como se reían de mí. Me jure a mi mismo no volver a contar aquella historia a nadie más en mi vida.
Un par de meses después, todavía molesto, volví al barco, recordaba que había dejado aquel collar en mi caja de herramientas, quería buscarlo como prueba, pues pensé que igual era cierto que aquello nunca había pasado y que solo era fruto de mi imaginación. Cuando llegue al barco abrí la caja de herramientas ¡y vaya sorpresa! ¡Todas las herramientas eran de oro!. Entonces solté una tremenda carcajada, si, no lo iba a contar a nadie ¡Nunca más!.
-          Joaquin !!  he babe !! babe  !!  Notaba un zarandeo, abrí los ojos.
-          Que pasa !! Pregunte desubicado, incorporándome
-          La guardia ! te has quedado dormido !
Mire a mi alrededor tratando de recordar y de reojo vi la caja de herramientas medio oxidada y con restos de pintura. Fui a por ella, la abrí con ánimo. Efectivamente todo había sido un sueño.   FIN

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