miércoles, 10 de enero de 2018




MI MARIDO ME ENGAÑA

                                                           Por Joaquin Verdeguer. Basado en hechos reales.


Conocí a Vicente en el 2000, Un hombre bajito lleno de vitalidad que gesticulaba más que un molino de viento. Se dedicaba a la compraventa de barcos. En una ocasión, sabiendo que yo andaba buscando un velero, me pregunto si quería acompañarlo hasta Marsella. De ese modo él no viajaba solo y yo podría aprovechar y ver alguna oportunidad.

Yo no encontré nada que se adaptara a mi escaso presupuesto, pero Vicente si encontró lo que buscaba, opto por volver con el velero y llevarlo hasta Alicante donde estaba su cliente. Yo por no volver con el tren, decidí acompañarlo de vuelta y navegar con aquel 28 pies.

A las pocas horas de haber zarpado, nos alcanzó una fuerte lluvia, que me dejo empapado al poner dos rizos en la mayor. Uno de mayo y sin embargo estaba tiritando, Vicente puso piloto y nos refugiamos en el interior, me quite parte de la ropa y me cubrí con una manta medio roída. Vicente preparo café con destreza de funambulista para que entrara en calor. Todo olía a café, uno se sentía como en casa mientras las olas lamian la cubierta y el viento jugaba entre la jarcia. Pese a la incómoda singladura Vicente sonreía y se le veía feliz. Doblando el cabo de Rosas el viento amaino y la mar empezó a quietarse. Salimos a cubierta agradeciendo el aire fresco y quedamos en la diminuta bañera. Yo seguía envuelto en la manta como royito de primavera, Vicente no paraba de contarme anécdotas de su juventud, como conoció a Marta su esposa, lo felices que fueron, la llegada de David y de Ana sus hijos y lo bien que lo pasaban a bordo de su velero MATILDA  con los niños saltando desde la proa. Le brillaban los ojos, sus palabras estaban llenas de vida, de satisfacción por el tiempo consumido, me transmitía felicidad y yo me alegraba por él. Se notaba que era un hombre libre de malos pensamientos, que disfrutaba de su entorno. Pasar las horas a su lado escuchándole me reconfortaba más que el propio café matutino. Al llegar al Hospitalet del infante el fuerte Cierzo  con 90/100 km/h. Unos 50knt nos impidió cruzar el delta. Vicente decidió entonces hacer entrada en puerto, a palo seco, el velero daba unos tremendos pantocazos y a todo motor apenas avanzábamos un nudo. Por la noche calmó y decidimos continuar nuestra singladura, Vicente llamo a su mujer para contarle lo sucedido y que tardaríamos un día más en llegar a valencia, ella parecía acostumbrada  a lo inesperado, a los retrasos, a los caprichos de Poseidón. Un día en una cena entre amigos, Marta le contaba a su amigo Valentín (Valentín era sargento de la guardia civil, íntimo amigo de Vicente, habían estudiado juntos en el colegio).

-          Sabes ?  Vicente cuando tiene un hueco sale a navegar, incluso de noche. Si tiene el día libre, sale a navegar. MI MARIDO ME ENGAÑA CON BARCOS !!!.

Aquella frase me hizo reír y quedo bien gravada en la memoria. Llegamos bien entrada la noche a Valencia y después de despedirnos prometimos seguir en contacto. Coincidimos varias veces, nos veíamos en el club náutico y de vez en cuando nos tomábamos una cerveza juntos. Pasaron los años y los encuentros se fueron reduciendo, no por desinterés mas bien porque nuestras vidas iban cambiando, yo me fui a vivir a Londres.

Esta mañana por casualidad lo he vuelto a ver, en el espigón sur, mirando en el horizonte, quieto. Lo he reconocido inmediatamente, con su infatigable parca, su gorra de marinero azul cobalto y las piernas abiertas como buen marinero.

-          Vicente !!  le he gritado dándole un fuerte abrazo.

Pero Vicente apenas ha reaccionado, me ha mirado con sus ojillos lagrimosos, y me ha preguntado quien era, al principio he pensado que no me había reconocido, pero después de cruzar cuatro palabras he descubierto que parte de su alma ya no estaba aquí. Me ha sonreído mirándome, quizás tratando de entender, le temblaba la barbilla y sus ojos se humedecían, volviendo la mirada al mar. Solo me ha dicho una palabra. MATILDA.

                                                                                   FIN

lunes, 1 de enero de 2018


CENAMOS A LAS 10 


                                                                                                                           Por Joaquin Verdeguer


Hace unos días salimos a cenar con unos amigos que a su vez venían con otros amigos, una pareja agradable que nos querían conocer. Habían sabido de la construcción del barco, pero sobre todo porque empezaban en el mundo de la vela. Ella, más escrupulosa quería un mega yate y vivir la vida marinera al estilo Hollywood. El, más aventurero quería una vida bohemia. Yo pensé que estaban un poco verdes y lejos de la realidad, se notaba que no visualizaban el mismo árbol.

Este tipo de proyecto de vida ofrece mucho, pero con la misma fuerza exige. No suelo tomar las decisiones a la ligera y si me entrego en un proyecto lo hago apasionadamente y con determinación. Tome la decisión en un momento de mi vida en el que era necesario un cambio. No siempre los cambios son sencillos, generan confusión, duda he incluso miedo. Pero también es una parte interesante de la vida, implica superación y si se hace con destreza se llega al final con su consabido premio. Afrontar un proyecto de este calibre en soledad asusta pero también atrae, fortaleciéndote en cada parámetro. La ventaja de tomar las decisiones en soledad es que te permiten ganar tiempo.

Se sorprendieron al saber que no existe el aburrimiento, dudando que tras tantas horas en la mar si uno quiere un buen trimado no hay descanso, la actividad es permanente y nunca estas solo, te acompaña la mar, la brisa, las aves, las ballenas, los delfines. Estas en comunión con la vida, la naturaleza y tu barco. No necesitas nada más, plenitud es el sentimiento, intensidad y harmonía, tan cerca de todos los elementos. La mayor tristeza no es estar solo, es no poder compartir tanta belleza, tanta pasión.

En alta mar la soledad quiere conocer tus límites en estado puro. Te puedes sorprender de las cosas y momentos que eres capaz de resolver, más de lo imaginable. Afrontar la dificultad cuerpo a cuerpo te permite descubrirte a ti mismo, te ofrece la esencia. La soledad en este estado es incluso una terapia. Descubres la verdad de tu entorno para poder apreciar mejor tu propia existencia, tu vida y tus amigos. Es de la misma forma que la música se aprecia con el silencio, que la vida se aprecia con la soledad. Uno gana confianza en sí mismo, pero como todo en la vida, hay que querer. Y para querer, hay que tener madera. Y en el bosque no todo son robles.