EL TIBURON DE COZUMEL
Cuento dedicado a mis amigos Xus y Ian por Joaquin Verdeguer
De pequeño me encantaba pasarme
las tardes ojeando enciclopedias, sobre todo las fotos de aquellos países
lejanos de exóticas playas cubiertas de cocoteros y soñaba con que algún día
estaría disfrutando de aquel maravilloso entorno.
Faltaban cinco minutos para el
aterrizaje y todo lo que se veía a través de la ventana del avión era una
enorme alfombra verde que lo cubría todo incluido las casas y las carreteras.
Al bajar del avión ese calor tropical se impregno en mi piel, es un calor
extraño más denso, parece que tienes que ir apartándolo, la elevada humedad y
pesadez, era patente. El taxi nos llevo al hotel, al día siguiente teníamos una
excursión en una de esas típicas barcas
con techito de lona para protegerte del intenso sol.
Todavía Helios no había alcanzado
su cenit cuando opte por hacer un poco de snorkel, la isla de Cozumel tiene una
bellísima barrera de coral, en este lugar no es necesario bucear ya que la
mayoría de corales están a poca profundidad y las aguas son tan cristalinas que
se ve el fondo marino con gran nitidez. Uno puede pasarse horas y horas
vislumbrando la magia del océano. Corales cerebro, coral rojo - Rubrum, coral
hongo - Fungia scutaria, coral azul –
Heliopora, coral de hoja purpura – Gorgonia, coral amarillo azafrán –
Millepora. Eso sin hablar de los múltiples peces e increíbles nudibranquios, ni
el mismísimo Emilio Pucci tiene tanta imaginación combinando colores y
texturas. Yo estaba totalmente anonadado ante tanta belleza. Sobre todo lo más
impresionante es la paz que se siente en ese mundo acuático que parece de otra
galaxia.
Los peces desaparecieron de golpe, borrados de mi campo de visión, no
tarde en saber el motivo….su sombra gris apareció en escena. Su aleta
despuntaba sobre la superficie rozándola apenas, lo justo para marcar un surco
de espuma. Jane me gritaba desde la barca, en estos casos hay que estar
tranquilo, sobre todo no agitarse. Yo hice todo lo contrario, presa del pánico
casi me trago el tubo, nadaba y aleteaba como una batidora, exactamente lo que no
hay que hacer, creo que nadaba con tanta fuerza que batí todos los records de
natación, salte a la barca como pez volador, presa del pánico creí vomitar mi
propio corazón, aquella masa grasienta y rasposa abrió su enorme boca. Di por hecho que se iba a tragar la barca
entera y yo encima como un montadito, pero se quedo ahí parado.
-
Por favor, por favor, no tendrás unas
sardinillas – me dijo el tiburón.
-
Sardinillas ?? le dije enfurecido por el susto
que me había llevado.
-
Mírame ! - me dijo – ya no tengo dientes !
-
Era cierto aquel tiburón estaba mellado
-
Normalmente los tiburones tienen tres filas de
dientes que van cayendo como hojas de otoño y se van regenerando.
-
Como te has quedado mellado ?- le pregunte.
-
Los tiburones vamos cambiando los dientes pero a
cierta edad ya nos caen todos – me dijo – no morimos de viejos, morimos de
hambre.
-
Casi me dio pena – Pues no tengo sardinillas,
solo tengo un poco de sepia y unas gambitas para hacer una paella del “ señoret
“
-
El tiburón me profirió una generosa sonrisa.
-
Hay cosas que ni los biólogos marinos saben.
FIN