MI MARIDO ME ENGAÑA
Por Joaquin Verdeguer. Basado en hechos
reales.
Conocí a Vicente en el 2000, Un hombre bajito lleno de vitalidad que gesticulaba más que un molino de viento. Se dedicaba a la compraventa de barcos. En una ocasión, sabiendo que yo andaba buscando un velero, me pregunto si quería acompañarlo hasta Marsella. De ese modo él no viajaba solo y yo podría aprovechar y ver alguna oportunidad.
Yo no encontré nada que se
adaptara a mi escaso presupuesto, pero Vicente si encontró lo que buscaba, opto
por volver con el velero y llevarlo hasta Alicante donde estaba su cliente. Yo
por no volver con el tren, decidí acompañarlo de vuelta y navegar con aquel 28
pies.
A las pocas horas de haber
zarpado, nos alcanzó una fuerte lluvia, que me dejo empapado al poner dos rizos
en la mayor. Uno de mayo y sin embargo estaba tiritando, Vicente puso piloto y
nos refugiamos en el interior, me quite parte de la ropa y me cubrí con una
manta medio roída. Vicente preparo café con destreza de funambulista para que
entrara en calor. Todo olía a café, uno se sentía como en casa mientras las
olas lamian la cubierta y el viento jugaba entre la jarcia. Pese a la incómoda
singladura Vicente sonreía y se le veía feliz. Doblando el cabo de Rosas el
viento amaino y la mar empezó a quietarse. Salimos a cubierta agradeciendo el
aire fresco y quedamos en la diminuta bañera. Yo seguía envuelto en la manta
como royito de primavera, Vicente no paraba de contarme anécdotas de su
juventud, como conoció a Marta su esposa, lo felices que fueron, la llegada de
David y de Ana sus hijos y lo bien que lo pasaban a bordo de su velero
MATILDA con los niños saltando desde la
proa. Le brillaban los ojos, sus palabras estaban llenas de vida, de
satisfacción por el tiempo consumido, me transmitía felicidad y yo me alegraba
por él. Se notaba que era un hombre libre de malos pensamientos, que disfrutaba
de su entorno. Pasar las horas a su lado escuchándole me reconfortaba más que
el propio café matutino. Al llegar al Hospitalet del infante el fuerte
Cierzo con 90/100 km/h. Unos 50knt nos
impidió cruzar el delta. Vicente decidió entonces hacer entrada en puerto, a
palo seco, el velero daba unos tremendos pantocazos y a todo motor apenas
avanzábamos un nudo. Por la noche calmó y decidimos continuar nuestra
singladura, Vicente llamo a su mujer para contarle lo sucedido y que tardaríamos
un día más en llegar a valencia, ella parecía acostumbrada a lo inesperado, a los retrasos, a los
caprichos de Poseidón. Un día en una cena entre amigos, Marta le contaba a su
amigo Valentín (Valentín era sargento de la guardia civil, íntimo amigo de
Vicente, habían estudiado juntos en el colegio).
-
Sabes ?
Vicente cuando tiene un hueco sale a navegar, incluso de noche. Si tiene
el día libre, sale a navegar. MI MARIDO ME ENGAÑA CON BARCOS !!!.
Aquella frase me hizo reír y
quedo bien gravada en la memoria. Llegamos bien entrada la noche a Valencia y
después de despedirnos prometimos seguir en contacto. Coincidimos varias veces,
nos veíamos en el club náutico y de vez en cuando nos tomábamos una cerveza
juntos. Pasaron los años y los encuentros se fueron reduciendo, no por
desinterés mas bien porque nuestras vidas iban cambiando, yo me fui a vivir a
Londres.
Esta mañana por casualidad lo he
vuelto a ver, en el espigón sur, mirando en el horizonte, quieto. Lo he
reconocido inmediatamente, con su infatigable parca, su gorra de marinero azul
cobalto y las piernas abiertas como buen marinero.
-
Vicente !!
le he gritado dándole un fuerte abrazo.
Pero Vicente apenas ha
reaccionado, me ha mirado con sus ojillos lagrimosos, y me ha preguntado quien
era, al principio he pensado que no me había reconocido, pero después de cruzar
cuatro palabras he descubierto que parte de su alma ya no estaba aquí. Me ha
sonreído mirándome, quizás tratando de entender, le temblaba la barbilla y sus
ojos se humedecían, volviendo la mirada al mar. Solo me ha dicho una palabra.
MATILDA.
FIN