domingo, 24 de diciembre de 2017


Yo hablo con mi barco   


                                                                                                                                Por Joaquin Verdeguer


Hace apenas unas semanas estuve leyendo una autobiografía de Janne Grégoire y de Ellen MacArthur. Decían que en ciertos momentos de sus travesías ellas hablaban con su barco, como si fuera un secreto o algo irracional. Que tiene de raro?  Yo hablo constantemente con el mío, de lo más normal. Tenemos unas conversaciones que fluctúan en lo íntimo, en la desnudez, sin tabús, sin mentiras. Una relación pura de padre a hijo. De amigo a amigo. De amante. No escondemos nuestros sentimientos. Mi barco conoce todos mis secretos y yo conozco todos los suyos. Me ha visto reír de gozo, tras superar una difícil prueba. Me ha visto sonreír al vislumbrar tierra en el horizonte tras un largo periplo. Me ha visto llorar de alegría y emoción al despuntar un bello amanecer venciendo la noche tormentosa. Que estoy loco ?. Bendita locura. Porque no voy a ceder. Mi barco es mi mejor amigo, nunca me decepciona. Siempre se preocupa de mí, acompañándome a los destinos  más inverosímiles, juntos, codo a codo.  Lee mi mente, fiero, elegante, noble y campechano a la vez como un padrino llevándote al altar. Siempre al pie del cañón.  Porque es cierto, los barcos aguantan más y mejor que las personas.  Pero no se lo digáis a nadie probablemente no lo entiendan.

miércoles, 9 de agosto de 2017

AVES


   AVES


                                                                                                                                Por Joaquin Verdeguer.

                                                                 Polizón a bordo, navegando cerca de Malta

Es curioso el enorme vínculo que tienen las aves en la vida del navegante, probablemente porque nave y ave son dos símbolos de libertad, probablemente porque ambas vuelan desplegando sus alas, flotando suspendidas al ritmo del viento, en un baile con la naturaleza, pura poesía eólica.

Soy afín a las aves, mis eternas compañeras y aliadas, ellas me han acompañado y arropado en temporales en el golfo de León, en el norte de Creta, en los fiordos Noruegos.

Ellas te pueden sorprender en los momentos más insospechados, y no tienen por qué ser aves marinas incluso las terrestres pueden aparecer incluso a más de 50 millas ( 90Km ) del litoral.

Recuerdo aquella paloma que apareció al ocaso volviendo de Ibiza en mitad de la  travesía,  resguardándose en los brazos de Sergio que se encontraba tumbado en la bañera. No se movió en toda la noche por miedo a ahuyentarla y completamente alucinado. Al alba alzo el vuelo sin más. Que hace que una paloma alce el vuelo apenas te acercas a ella en medio de la plaza del pueblo y sin embargo se te echa a los brazos en medio del mar ?. O aquel pajarillo que apareció en medio del  temporal que nos sorprendió al norte de Creta con 64 Knt ( 115 Km/h ) de viento.  Se posó sobre la mesa de la bañera al refugio del bimini, la cortina blanca de lluvia caía con tanta virulencia que lo habría proyectado al mar sin miramientos, siendo pasto de algún depredador sin escamas. Aquel pajarillo prefería la compañía incierta del hombre, temblando como estaba. Nosotros le dimos cobijo  e involuntariamente él nos lo dio a nosotros, que estábamos tan asustados como él.

Pierden las aves el miedo al hombre en alta mar ?. Yo creo que existe una perfecta simbiosis psicológica. Yo te guio y tú me acompañas. De modo que ambos podemos volar en libertad.

                                                                        FIN

domingo, 30 de julio de 2017


                               ODA ELENICA.

                                                                                                                        Por Joaquin Verdeguer


Picasso dijo una vez que solo había dos tipos de mujeres. Las que friegan los suelos y las diosas. No me gusta nada esta expresión tan calificativa y despótica porque el destino no siempre lo eliges tú. Puede haber circunstancias en que las diosas por ciertos motivos frieguen los suelos.

Así conocí a Arthea. Saliendo de la habitación de aquella pensión, ella en medio del pasillo fregando el suelo ya reluciente. Yo me hice a un lado para no molestar diciendo “Kalimera”. Ella alzo la mirada como dejando pasar, la poca luz que entraba por el hueco de la escalera ilumino su rostro. Fue en aquel momento cuando recibí un disparo, un disparo que me recorrió todo el cuerpo electrocutándome del cogote a la punta de los pies. Era el azul del mar egeo, eran las cúpulas de Thira, el paisaje más hermoso de Grecia estaba comprimido en sus bellos ojos. Me quede paralizado mirando sus dos esferas que reflejaban la luz del Olimpo y supe que era ella.

              Me estremecí viendo su sonrisa cuando me pregunto – Italiani ?.

-         No, español. - Le pregunte si era familia de los dueños (en Grecia todo queda en familia) me contesto que era hija, estudiaba en Atenas pero estaba de vacaciones ayudando a la familia.

Olía a lavanda, a brisa, a olivo, a mar, a primavera, a mediterráneo. Era la esencia de Grecia con sus rizos insumisos, incontrolados, dominados por el Meltemi. Me enamore hasta la medula ida y vuelta, y supe hasta el más profundo hades que yo también habría sacrificado Troya por una mujer así.  Seguí bajando las escaleras pues los aviones no esperan. Derrotado por Cronos que quiso que la viera en el último minuto de mis vacaciones, pero más sabio porque sé que algunas diosas del Olimpo se disfrazan de fregoneras.