ODA ELENICA.
Por Joaquin Verdeguer
Picasso dijo una vez que solo había
dos tipos de mujeres. Las que friegan los suelos y las diosas. No me gusta nada
esta expresión tan calificativa y despótica porque el destino no siempre lo
eliges tú. Puede haber circunstancias en que las diosas por ciertos motivos
frieguen los suelos.
Así conocí a Arthea. Saliendo de
la habitación de aquella pensión, ella en medio del pasillo fregando el suelo
ya reluciente. Yo me hice a un lado para no molestar diciendo “Kalimera”. Ella
alzo la mirada como dejando pasar, la poca luz que entraba por el hueco de la
escalera ilumino su rostro. Fue en aquel momento cuando recibí un disparo, un
disparo que me recorrió todo el cuerpo electrocutándome del cogote a la punta
de los pies. Era el azul del mar egeo, eran las cúpulas de Thira, el paisaje más
hermoso de Grecia estaba comprimido en sus bellos ojos. Me quede paralizado
mirando sus dos esferas que reflejaban la luz del Olimpo y supe que era ella.
Me estremecí viendo su sonrisa
cuando me pregunto – Italiani ?.
- No, español. - Le pregunte si era familia de los
dueños (en Grecia todo queda en familia) me contesto que era hija, estudiaba en
Atenas pero estaba de vacaciones ayudando a la familia.
Olía a lavanda, a brisa, a olivo,
a mar, a primavera, a mediterráneo. Era la esencia de Grecia con sus rizos
insumisos, incontrolados, dominados por el Meltemi. Me enamore hasta la medula
ida y vuelta, y supe hasta el más profundo hades que yo también habría
sacrificado Troya por una mujer así. Seguí
bajando las escaleras pues los aviones no esperan. Derrotado por Cronos que
quiso que la viera en el último minuto de mis vacaciones, pero más sabio porque
sé que algunas diosas del Olimpo se disfrazan de fregoneras.